CASCO DE ACERO
1951. B/N. Dirigida por Samuel Fuller. Duración: 90 minutos (aprox.).
La Guerra de Corea es conocida “la guerra olvidada”. Hay pocas películas ambientadas en dicho conflicto, y ésta es una de ellas. Samuel Fuller (que ha realizado otras incursiones en el género, por ejemplo “Uno Rojo División de Choque”, en la que aparecía Mark Hamill) la rodó cuando todavía estaban matándose en aquella península del sudeste asiático. Contaba con pocos medios, pero supo emplearlos con destreza para conseguir una producción sobria y destacable.
La historia comienza en una fosa común donde yacen varios soldados useños ejecutados por los norcoreanos. Sin embargo, un sargento ha tenido un golpe de suerte; la bala penetró en el casco, pero no atravesó el forro, y le dieron por muerto. Un niño surcoreano pasa por allí y, con su ayuda (la cual acepta a regañadientes), consigue ponerse en contacto con un pequeño y variopinto pelotón de soldados useños del que forman parte (entre otros): un negro, un japonés, un tipo que se hace el mudo y un teniente que no sabe muy bien lo que se hace. En su misión de buscar y capturar a un oficial enemigo de alto rango, la patrulla tendrá que hacer frente a las emboscadas y trampas del enemigo; pero claro, es la guerra…
En contra de lo que era habitual en el género en aquella época, la película no tiene demasiados reparos en mostrar la cara más sucia y escabrosa de la época: prisioneros ejecutados, enemigos disfrazados de civiles, bombas ocultas bajo cuerpos decapitados… Y tampoco es que la conducta de los useños sea moralmente irreprochable en todo momento. Sin ir más lejos, el sargento le pega cuatro tiros a un prisionero que ya le estaba tocando las narices; escena polémica en cuya virtud la película fue duramente criticada cuando se estrenó en los USA. El racismo también tiene un papel destacado en el film.
A nivel técnico, la película mantiene un nivel aceptable: escenarios creíbles, armamento y vestuario realistas, efectos de sonido pasables… La música cumple su función, y alguna canción da lugar a escenas bastante emotivas. El ritmo de la película no decae (gracias a su ajustada duración) y culmina con una “gran batalla final”. Los actores cumplen su papel: soldados cansados pero que, aun así, hacen su trabajo más o menos a regañadientes. Resulta entrañable la relación entre el sargento y el niño, sin que ésta se rebaje (afortunadamente) a los niveles lacrimógenos de un culebrón.
Finalmente, cabe señalar que, aunque la película sea más o menos antibelicista, el director la dedicó a los sufridos soldados de infantería (al fin y al cabo, Samuel Fuller combatió entre las filas de la división Uno Rojo durante la WWII). Llama la atención la sustitución del clásico “The End” por un expresivo “Esta historia no tiene final”.
En resumen: una curiosa película bélica, sencilla, pero decente, acerca de un conflicto que normalmente permanece en el olvido.