SANJURO
Japón. Akira Kurosawa. Década de los 60. Blanco y negro. Algo más de 90 minutos. Protagonizada por Toshiro Mifune, el actor fetiche de Kurosawa al que también se puede ver en otras de sus películas como Rashomón, Yojimbo, La Fortaleza Escondida, Trono de Sangre y, naturalmente, los Siete Samuráis.
Sanjuro es un ronin, un samurái sin señor, que vaga por el Japón feudal buscando ocasiones para conseguir suficiente dinero como para seguir adelante. Hosco y gruñón, tiene sin embargo un buen corazón. Es por ello que, al encontrarse casualmente con un grupo de jóvenes samuráis, decide ayudarles en su intento de descubrir y acabar con la trama de corrupción que, como un cáncer, infesta su clan. Desde luego, la ayuda no le vendrá mal a los jóvenes conspiradores, ya que Sanjuro es muy sagaz y, sobre todo, un espadachín endiabladamente bueno.
Toshiro Mifune vuelve a interpretar al personaje que aparecía en Yojimo. Ambas aventuras son independientes; las películas podrían visionarse en cualquier orden. Sin embargo, parece operarse cierto cambio en el ronin en esta segunda película: la madurez y la experiencia ganada con los años le han convertido en alguien menos propenso a la violencia que antes.
La duración es ligeramente superior a la hora y media, lo que redunda en beneficio del film; así, el espectador no corre el riesgo de verse superado por una historia de tres horas que podría contarse en dos.
La trama es interesante, puede que algo predecible. Al menos, la intensidad de la acción se mantiene (teniendo en cuenta, claro está, que se trata de una película de Kurosawa). El director japonés nos ahorra largos planos estáticos y opta por un montaje más acelerado de lo que viene siendo normal en sus películas.
El personaje de Sanjuro es entrañable: un guerrero refunfuñón que, sin embargo, a la hora de la verdad, no duda en ponerse del lado del bien y la justicia. Su habilidad con la katana nos garantiza que no nos gustaría encontrárnoslo en el bando contrario al nuestro. Por otro lado, se agradece que el personaje evolucione un poco, sin que los diversos acontecimientos le “resbalen” como si de una mera máquina de matar se tratase.
Los otros personajes son algo simplistas, a veces deliberadamente cómicos e inclusos caricaturescos, lo que da un aire alegre y desenfadado a la película. Cabe destacar, sin embargo, a un personaje que se toma en serio su papel: uno de los malos, antítesis de Sanjuro, que nos muestra en qué podría haberse convertido éste si hubiera tomado decisiones distintas en un determinado punto del mismo camino.
Para terminar, añadiré dos cosas: una buena y otra mala.
-La buena: el final es muy satisfactorio y transmite la sensación de que no quedan cabos sueltos.
-La mala: los abominables subtítulos de las nieves. Y es que ésta es una de esas películas de Kurosawa que no llegó a doblarse al castellano. Pero eso no es lo malo. Lo malo es que los subtítulos han sido traducidos del japonés al inglés y luego, de manera nefasta, del inglés al castellano. A veces tienes que utilizar realmente tu imaginación para saber qué es lo que estás diciendo. Resulta especialmente molesto el modo arbitrario en que “you” se traduce como “tú” o “vosotros”; así puedes leer que un personaje se está dirigiendo a varios, cuando realmente en la pantalla sólo hay otro más; y viceversa.
En resumen: una buena película de Kurosawa ambientada en el mundo de los samuráis, de ritmo ágil y fácil de ver; exceptuando, claro está, la cuestión de los subtítulos…
Y una cita que merece la pena: “las mejores espadas son las que permanecen envainadas.”