La noche acariciaba el cielo de Nueva York cuando los dos antiguos camaradas se volvieron a encontrar.
En un tiempo que ya parecía remoto, habían sido compañeros, camaradas de armas, amigos… Pero ahora un destino cruel les llevaba a tener que cruzar armas en pos de una visión.
Apenas si se cruzaron palabras al verse, realmente, no había necesidad. La pasión de la sangre derramada era lo único que sus ojos reflejaban y no tardaron en abalanzarse el uno contra el otro.
Mientras Delgado cargaba contra el vampírico Adams, éste, utilizó legados de su nueva sangre para invocar un globo de oscuridad. Delgado intentó acceder a la umbra, pero se vio sorprendido por la oscuridad y no pudo concentrarse para hacerlo, rápidamente, unos tentáculos formados de una demoníaca oscuridad le agarraron de los brazos, apenas podía respirar ya que sentía que la oscuridad, casi como si fuera alquitrán, entraba por su garganta.
Adams no perdió un segundo y se abalanzó con sus colmillos desplegados para morder a Adams, pero comprobó que la piel de un hombre lobo era demasiado gruesa.
Delgado reclamó su sangre lupina y se convirtió en un Crinos, una despiadada máquina de destrozar carne, acto seguido destrozó uno de los tentáculos, pero no tuvo tiempo de deshacerse del segundo antes de que Adams sacara una escopeta y le quemara todo el cargador a bocajarro.
La sangre lupina hizo lo que debía, y lo que habría destrozado a cualquiera solo hizo un rasguño en Delgado.
Pero así éste ya estaba herido…
Viendo que en breve Delgado se soltaría, Adams invocó a más tentáculos para que vinieran desde el Abismo para apresar al hombre lobo, en cuestión de segundos dos tentáculos más le tenían sujeto.
Mientras Delgado luchaba por soltarse Adams sacó un rifle de asalto y quemó todo el cargador contra el herido crinos, éste cayó al suelo incosciente.
Sabiendo el poder de recuperación de los Hombres lobo, el vampiro apenas si tardó un segundo en abalanzarse sobre el para empezar a drenarle toda la sangre, hasta que Delgado expiró.
Al final solo podía quedar uno.
Como miles de años antes hizo Caín, ahora Adams mataba a quien, en cierto sentido, había sido su hermano.
La noche sobre Nueva York se hacía algo más oscura. En algún lugar ignoto algunos poderes sonreían al ver que tenían menos oposición. Quizás nadie había resultado ganador de aquella masacre en el Bronx sino las mismas fuerzas de la oscuridad y el caos.
En aquel momento tocaron las cuatro de la mañana en la ciudad que nunca duerme…