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Reitero lo dicho.
Por cierto, aquí va una curiosidad más, dejando a los japoneses aparte.
La fábula, el arte de la mentira.
De las muchas cosas que dijo el profesor Ubaldo, algo que recuerdo aún con nitidez es que “la fábula es el arte de la mentira”. La idea es que una fábula dirá siempre lo que más convenga a su autor. Así, las fábulas que Esopo, esclavo, contaba a su amo, remarcaban convenientemente los beneficios de un trato justo por parte de los poderosos a los débiles.
En este sentido, se me ocurrió un ejemplo para remarcar esta idea. A continuación podréis leer una fábula, primero con el final normal y luego con un final alternativo. En cada caso, la moraleja es totalmente distinta.
Versión normal.
Érase una vez que había una gran roca en mitad de un camino que cruzaba un bosque. Algunas personas transitaban dicho camino.
Así, llegó un peregrino, que sorteó molesto el obstáculo.
-Podrían cuidar un poco más el terreno, la verdad –murmuró.
Más tarde llegó un mercader, que también se las vio para pasar por el poco camino que quedaba libre.
-Es molesto, pero yo no puedo pararme ahora a quitar ese peñasco, tengo cosas que hacer –dijo.
Finalmente, pasó un fornido molinero que, al ver la piedra en mitad del camino, exclamó con bonachonería:
-¡Esto no puede ser! ¿Y si se tropieza alguien y se lleva un disgusto? ¡Ah, no, eso no lo voy a permitir!
El molinero empujó y empujó, hasta quitar de en medio el obstáculo y despejar el camino. Fue entonces cuando, sorprendido, descubrió que debajo de donde estaba la roca alguien había dejado una bolsa con dinero. Muy contento, el hombre la recogió y siguió su camino, tarareando con alegría una festiva cancioncilla.
Moraleja: las buenas acciones y el ayudar a los demás nunca quedan sin recompensa.
Versión alternativa.
Érase una vez que había una gran roca en mitad de un camino que cruzaba un bosque. Algunas personas transitaban dicho camino.
Así, llegó un peregrino, que sorteó molesto el obstáculo.
-Podrían cuidar un poco más el terreno, la verdad –murmuró.
Más tarde llegó un mercader, que también se las vio para pasar por el poco camino que quedaba libre.
-Es molesto, pero yo no puedo pararme ahora a quitar ese peñasco, tengo cosas que hacer –dijo.
Finalmente, pasó un fornido molinero que, al ver la piedra en mitad del camino, exclamó con bonachonería:
-¡Esto no puede ser! ¿Y si se tropieza alguien y se lleva un disgusto? ¡Ah, no, eso no lo voy a permitir!
El molinero empujó y empujó… De pronto, hubo una tremenda explosión y el molinero voló por los aires, quedando sus pedazos esparcidos por toda la zona. Y es que algún desequilibrado había puesto una bomba debajo de la roca, de modo que al mover ésta estallara aquélla.
Moraleja: las buenas intenciones pueden buscarnos más problemas de los que queremos. Lo mejor es mantenerse al margen y dejar las cosas como están. Ya se encargará otro de solucionarlas.
Bueno, pues ésa era la idea…