DOS HOMBRES Y UN DESTINO
USA, 1969. Dirigida por George Roy Hill. Protagonizada por Paul Newman y Robert Redford. Género: ¿western? Duración: una hora y cuarenta minutos.
El siglo XIX agoniza. Butch Cassidy y Sundance Kid, dos forajidos que se sienten desplazados en una época y un lugar que ya no son los suyos, tratan de ganarse la vida con ingenio y arrojo… Pero cuando encuentran la orna de su zapato, no tienen más remedio que emprender un inesperado viaje a Sudamérica…
Dije que postearía algo sobre William Goldman y aquí está. El autor de “La Princesa Prometida” investigó todo lo que había disponible sobre estos personajes y lo condensó en un estupendo guión para una película relativamente corta; un elaborado proyecto personal que le valió un Óscar.
La puesta en escena es magnífica: cada plano, cada encuadre, cada palabra, cada gesto… todo tiene un porqué y una razón de ser; nada se ha dejado al azar y todo está pensado concienzudamente.
Pero… ¡desechad vuestros temores! No se trata de un western convencional, sino de una historia “fresca”, totalmente original. Cierto que hay otras producciones “nostálgicas”, en el sentido de personajes que se sienten desplazados y no encuentran su sitio; pero cómo se plantean las situaciones, cómo se resuelven y, especialmente, ese viaje a Bolivia que rompe con todo a mitad de película… ¡no había visto nunca nada parecido!
Y además de las frases geniales y las conversaciones inteligentes, hay una serie de escenas antológicas que se han convertido por sí solas en clásicos del séptimo arte: el paseo en bicicleta mientras suena “Raindrops Keep Falling”, las cataratas… y, muy especialmente, el tremendo final del que no diré aquí nada más.
Paul Newman y Robert Redford son sencillamente geniales, colosales; bordan su papel, de tal modo que resulta difícil imaginar a otros actores interpretando a estos personajes. Por un lado, Paul Newman como Butch Cassidy: inteligente, encantador, caballeroso y elegante; siempre con una sonrisa en los labios y un plan en la cabeza. Y por otro lado, Robert Redford como Sundance Kid: un tipo duro, serio, tosco y silencioso; eso sí, donde pone el ojo pone la bala… ¡y no es coña! Es curioso cómo dos personajes tan dispares han terminado siendo grandes amigos; una situación, sin embargo, nada forzada… ¡y no estoy siendo irónico!
Sólo me alargaré un poco más para decir otras dos cosas.
Lo primero, la película cumple en todos los sentidos: imagen, sonido, efectos, argumentos, interés de la trama y dosificación de la acción, interpretaciones… Me temo que no soy muy objetivo, pero afirmo una vez más que la puesta en escena es impecable; destaca ese peculiar matiz de la imagen que, junto con la más que apropiada música, contribuye a crear esa sensación de “nostalgia”, de tiempos pasados.
Y lo segundo… BAJO NINGÚN CONCEPTO VEÁIS LA PELÍCULA DOBLADA AL CASTELLANO. No es sólo que las voces sean mejores o peores, ¡es que prostituyen la película! Se cambia el sentido de frases enteras y se eliminan referencias; por ejemplo, alguna de pasada a la Guerra de Cuba, que estaba teniendo lugar en aquel entonces. Pero lo más grave es que se pierde todo lo relativo al choque lingüístico inglés-español. Los dos forajidos llegan a Bolivia y tratan de asaltar un banco sin tener ni papa de español… y eso no puede plasmarse fuera de la versión original. No, desde luego, con un infame doblaje en el que los dos protagonistas se esfuerzan en hablar con acento francés para que no les reconozcan… lo que carece del más mínimo sentido. Patético, penoso; sentí vergüenza ajena al sufrir aquello.
En resumen: una excelente película que gustará incluso a los alérgicos al western. Eso sí, hay que verla en versión original para poder apreciar en todo su esplendor la labor del genial William Goldman.